viernes, 21 de septiembre de 2012

Viva el volantín chileno (de papel y con palillos)

Este si que es volantín, de papel, con palillos de colihue, se siente en la mano, hay que tener habilidad para equilibrarlo, esos cometas plásticos son "más fomes que chupar un clavo".

jueves, 20 de septiembre de 2012

Supervisión CONMETAL

Realizaron su práctica profesional a partir de enero de 2012 en la empresa CONMETAL, en Talcahuano.
Stephanie Chávez



Franco Figueroa


Gustavo Guzmán


Práctica en CONMETAL

Aquí vemos a una estudiante soldando con TIG.

Marco Para La Buena Enseñanza

Aquí les presento el Marco para la Buena Enseñanza.

jueves, 6 de septiembre de 2012

NO TODO VA A SER TRABAJO

Juntitos

 Había que inaugurar la parrilla nueva, por lo que ahí estuvimos sacrificándonos, Salió muy bueno el asado.
                                                      Bonita la vista
                                                      Le falta poco
                                                 El toque final

Tony Melendez Una Gran Historia De Vida

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VENDO, PERO NO ME COMPRAN


YO VENDO, PERO NO  COMPRAN
 TRIBUNA MALAGUEÑA
(Algunos docentes pueden entender estas reflexiones como un ataque a la profesión.  NO LO SON.)

 Los procesos de aprendizaje que se producen en las instituciones dedicadas a la enseñanza tienen una complejidad extrema.  No sólo por la naturaleza de dichos aprendizajes, sino porque cada alumno o alumna es único (a), irrepetible, irremplazable y tiene un peculiar estilo cognitivo.  La psicología demuestra que cada persona tiene unas capacidades, unas expectativas, unas actitudes, unos ritmos de aprendizaje peculiares.  Sin embargo el quehacer de la escuela hace que todos reciban los mismos contenidos, en los mismos tiempos y lugares, a través de idéntica metodología y que la evaluación se lleve a cabo en el mismo momento y por métodos idénticos.

Añádase a esta complejidad intrínseca, la que se deriva de las condiciones en las que se realizan esos procesos de aprendizaje en el seno de una organización concreta:  relación de profesor / alumnos, espacios para la enseñanza, medios didácticos disponibles...........  La comprobación de que el aprendizaje se ha producido es también un fenómeno complejo. ¿Cómo saber que se ha conseguido lo que se pretendía? ¿Cómo tener la seguridad de que se ha aprendido lo deseable?  Según algunas investigaciones (y esta es una cuestión menor ), para que haya cierto rigor en la corrección de exámenes de ciencias hacen falta más de diez correctores.  Y más de cien para los de letras.

Pero existe otro problema. Y éste también crucial.  ¿Por qué no aprenden los alumnos y las alumnas?  Parece ser que sólo a ellos es atribuible el fracaso.  Son torpes, son vagos, están desmotivados, no se esfuerzan, tienen poca base, reciben influencias nefastas, sus familias no les ayudan, la televisión les distrae de sus deberes académicos .......... ¿Y la institución? ¿Y el profesor?  . El profesor (también, y quizá sobre todo , el de la Universidad), se parece a un comerciante que, ante el fracaso de ventas, explica la situación de esta curiosa manera:  Yo vendo, lo que pasa es que no me compran.  Alguna reflexión podría hacer sobre la importancia y calidad de los materiales que tiene a la venta, sobre el precio que ha colocado a los artículos , sobre el lugar donde tiene la mercancía, acaso sobre el prestigio que ha acumulado, la tienda, quizás sobre las relaciones que establece con los clientes o sobre la competencia que ofrece los mismos productos a precios significativamente más baratos..............

Acabo de leer en un libro que se publicará en breve y que lleva por título “El ego docente”, esta es la significativa historia:  “En un Congreso sobre Educación Superior, un ponente brasileño empezó su discurso comunicando al auditorio un logro impresionante:  He enseñado a hablar a mi perro, y lo tengo ahí  fuera.  Los asistentes murmuraban, ante la originalidad de la propuesta y la importancia de la cuestión.  Todos tenían deseos de ver lo que parecía imposible :  Le enseñé a hablar, y está esperando fuera, reiteraba el comunicante, muy seguro de sí mismo .  Finalmente, salió de la estancia, y entró inmediatamente con un perro.  El ponente colocó sobre una mesa el animal, visiblemente asustado.  Rodeándole, decenas de expresiones asombradas, esperaban que dijese algo.  Las miradas humanas y las del animal se cruzaban.  Del perro no salía una palabra.  Ahora las miradas se dirigían al ponente quien, inmediatamente, apostilló:  Yo le enseñé , pero no aprendió”.  Parece que el sistema educativo organiza su actividad de forma que lo importante no sea que el alumno aprenda sino que el profesor enseñe.  De hecho, a los docentes se nos paga por las horas de clase que hemos dado, no por los conocimientos que los estudiantes hayan adquirido.

He pensado muchas veces en la curiosa repetición que las azafatas de vuelos aéreos, de manera tan mecánica como inútil, hacen de las instrucciones de salvamento.  La situación es pintoresca.  Me recuerda algunas clases impartidas por profesores despreocupados.  La azafata (o el azafato) se coloca delante de los pasajeros sin que estos le hayan preguntado nada.  Muchos de ellos ni miran.  Otros contemplan con embeleso las atractivas facciones del improvisado profesor (o profesora).  Algunos leen distraídamente el periódico, otros charlan con los compañeros de viaje, hay quien mira por la ventanilla e, incluso, quien coloca su equipaje de mano debajo del asiento.  Ella (él) explica con gestos idénticos para todos, como si todos estuviéramos igualmente interesados, sin importar que entre los pasajeros esté un piloto o un analfabeto.  Da igual que haya personas sordomudas o ciegos de nacimiento.  El mensaje es el mismo para todos.  Da igual que haya niños o personas adultas.  El mensaje (y la fortuna de transmitirlo) es el mismo.  Para colmo, al terminar, muestra un folleto y sugiere que en el respaldo del asiento el pasajero tiene otro igual en el que puede consultar aquello que no haya entendido.  Nunca he visto a nadie echar mano al manual  de instrucciones. ¿Qué sucedería si, al final, exigiesen a los pasajeros que demostrasen el resultado del aprendizaje como requisito para continuar en el avión?.

Si le preguntamos a la azafata, qué piensa de lo que han aprendido los pasajeros, probablemente dirá que no lo sabe.  Es más, que ni siquiera le importa.  A ella le pagan por repetir su lección.  Lo que los pasajeros entiendan no es cosa suya. ¿Cuántas veces nos han explicado cómo ha de colocarse el salvavidas en caso de accidente aéreo? ¿Cuántos lo sabríamos colocar adecuadamente llegado el caso de intentarlo? ¿Por qué este fracaso reiterado?

Otra cosa muy distinta sería que cada uno manejase su chaleco e hiciese práctica con él, colocándolo y quitándolo aunque sólo fuera un par de veces.  Otra cosa es que la azafata se acercase al que tuviera alguna duda o alguna dificultad.  Otra cosa sería si los que saben ayudan a los que no saben.  Lo que pasa es que es lo más importante es que la azafata explique no que los pasajeros entiendan.  Como decía, a ella le pagan por dar la explicación, independientemente de su utilidad y de la repercusión real en el aprendizaje.

Algunos docentes pueden entender estas reflexiones como un ataque a la profesión.  No lo son.  Tratan sencillamente de avivar la reflexión sobre un proceso tan decisivo como complejo.  Sé que la mayoría de los docentes aman su profesión, se dedican con responsabilidad a ella y reflexionan con rigor sobre su práctica.  Por eso las someten a la crítica y al análisis.  Por eso solicitan y admiten las críticas ajenas que les ayudan a entender lo que sucede.  El peligro está en las actitudes de quienes creen que son perfectos y que todo el fracaso se debe a los alumnos y a las alumnas.  Es el caso del médico (permítame el lector una tercera metáfora) que, ante el reiterado desastre de sus operaciones, explica el fracaso diciendo que los pacientes son cada día más endebles, que no saben aplicar el tratamiento, que el quirófano está mal montado o que el ministro del ramo es un perfecto inútil. ¿Podrá mejorar alguna vez lo que hace?
MIGUEL ÁNGEL SANTOS ES CATEDRÁTICO DE DIDÁCTICA Y ORGANIZACIÓN DE LA UMA

RAZONES PARA PLANIFICAR


¿Para qué planificar?

En ocasiones se suele perder la relación que existe entre la planificación y la práctica pedagógica. Se piensa que solamente hay que planificar a principio de año y que luego no hay que revisar lo planificado. Para contrarrestar esta idea, en este documento se señala la finalidad de esta actividad.

La importancia de planificar radica en la necesidad de organizar de manera coherente lo que se quiere lograr con los estudiantes en la sala de clases. Ello implica tomar decisiones previas a la práctica sobre qué es lo que se aprenderá, para qué se hará y cómo se puede lograr de la mejor manera.
Desde este punto de vista, es relevante determinar los contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales que se abordarán, en qué cantidad y con qué profundidad (el “qué”). Pero no basta con eso. También hay que pensar en la finalidad de lo que estamos haciendo, ya que para los alumnos y alumnas resulta fundamental reconocer algún tipo de motivación o estímulo frente al nuevo aprendizaje (el “para qué”). De lo contrario, no perciben en las clases un sentido que vaya más allá de la obtención de una nota.
 Se debe considerar también la forma más adecuada para trabajar con los alumnos y alumnas, pensando en actividades que podrían convertir el conocimiento en algo cercano e interesante para un grupo, dentro de un determinado contexto (el “cómo”). Por eso se recomienda modificar las planificaciones cada año, de acuerdo a los grupos con que se trabajará.
La clave está en comprender la planificación como un “modelo previo”, en lugar de entenderla como una imposición. La planificación es lo que se quiere hacer en teoría, aunque el resultado en la práctica sea muchas veces diferente. Sin embargo, no obtener el resultado deseado no significa que la planificación sea poco adecuada, sino que hay que modificar aspectos en ella según el contexto en el cual se trabaja.
(Fuente: www.educarchile.cl)